Me asombra, pero no me desconcierta, cómo mi cabeza dura, incapaz de aceptar jamás una imposición, a veces ni una sugerencia, acepta sin reparos la discrepancia de quienes apenas han dejado de ser niños y de quienes lo son todavía. Quizá porque no percibo en ellos una necesidad de imponer sus maneras sobre las mías, en un afán de cambiarme para soportarme, o más aún para encajarme en moldes preestablecidos, sino en un deseo genuino de transitar la vida, al que me convidan, de una manera más liviana, pero no superflua, mucho menos falsa, sino eso que llaman sana, y que a menudo considero hipócrita porque niega todo eso que también soy. Razón suficiente para preferir ahogarme en la enfermedad, siempre que sea genuina, pero que ahora se presenta no como contraposición sino como elección, así puedo decidir que está bien hacerme bien y de ese modo hacer a otros bien.
Categorías