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“Me gusta lo que brilla cuando se apaga la luz.”, Silvina Ocampo

Reencarnar, ese tránsito de la materia de una forma a otra.

La furia es un portal oscuro y brillante, como Silvina misma. Tiene cuentos que parecen inocentes pero te clavan una espina en el alma, como fábula de Esopo.

Ahora una liebre, ese animal veloz, esas orejas largas que caen y esa naricita que se arruga para expresar curiosidad o desdén.

Ese escuchar la melodía del universo, la música divina, la orquesta celestial.

Animal de caza tras el que corren los perros.

Ser siempre perseguida y jamás alcanzada: trofeo.

sus ojos de tártaro, el infierno más dulce o el más clásico.

Si las relaciones entre los seres humanos son difíciles es porque el ser humano fue creado para romperse la cara y no para tener «relaciones».

«La tarea del ojo derecho es mirar a través del telescopio, mientras que la del ojo izquierdo es mirar a través del microscopio».

LEONORA CARRINGTON

1. Silvina y Victoria: hermanas en tensión

Silvina Ocampo era la menor de seis hermanas. Victoria, la mayor, era una figura imponente: fundadora de Sur, amiga de Tagore y Virginia Woolf, una intelectual con proyección internacional. Silvina, en cambio, era más reservada, imaginativa, con un mundo interior inquietante. Victoria decía que Silvina tenía «una imaginación demasiado cruel».

No pierdas la esperanza por completo, a pesar del horror de tu situación.

Silvina respondía a veces con ironía o silencio. Nunca dejó de escribir, pero publicó tarde. Aun así, Victoria apoyó la publicación de sus libros desde Sur. La relación fue siempre un poco de sombra y luz.

Estoy movilizando todas mis capacidades mentales para alcanzar tu libertad incondicional.


La continuación, esa tarea de la abeja que liba una flor.

Las palabras que se extraen como néctar dulce y sagrado, los celos la confirmación no del amor ni de la obsesión sino de la intensidad, de la hoguera de las vanidades de una mujer nacida bajo el Signo de Leo.

Puro Sol, centro de su propio universo, ego, ergo, yo.

📖 2. Un dato breve de fuego cruzado

En sus memorias, Victoria cuenta una escena en la que Silvina, aún niña, le lleva un gato muerto en una caja de sombreros y le dice: “Es para vos. Me pareció lindo.”
Esa frase —tan Silvina— muestra su tono poético cruel, entre lo dulce y lo oscuro.

«el amor, como el odio no es siempre perfecto».


🪞 3. Silvina y la belleza

Victoria era una figura pública, elegante, reconocida por su porte. Silvina, en cambio, tenía una relación extraña con la belleza. Decía que odiaba mirarse al espejo. Una vez escribió:
«Preferiría tener cara de estatua rota, con líquenes, antes que esa que tengo.»

Y aun así, su escritura es finísima, brillante, como una joya torcida.

El mal, la manzana siempre envenenada, es la que cae sobre la cabeza, el árbol de las maravillas que la serpiente señala a Sir Isaac Newton.

“La enfermedad es una lección de anatomía”.

El vástago, es manera de nombrar al hijo y también al tronco del plátano: descendencia, la de una escalera donde se extravía el avance, como juego de mesa; infantil.

Y el mango, el hermoso eufemismo que surge de la fruta para referir la empuñadura de un revolver: pistola, instrumento de destrucción, fuego de dragón, puntería.


🐾 4. Silvina y sus obsesiones

Sus cuentos están llenos de niñas perversas, animales que piensan, casas con secretos, gestos mínimos que revelan abismos. Jorge Luis Borges la admiraba profundamente, aunque decía que su obra era “de una crueldad angelical”.

—Me gustan los medios de transporte. Soñar con
viajes. Irme sin irme. “Ir y quedar y con quedar partirse.”

La casa de los relojes esa vieja mansión gótica que guarda todos los recuerdos que no abandonaron los barcos.

Mimoso, nombre de ratón, con el que se llama a un perro, el fiel cuadrúpedo doméstico que nos enseña todo sobre la manera de terminar.

Muerte, siempre sin fin.


🪞 5. Silvina Ocampo y la infancia como territorio inquietante

Silvina decía que la infancia no era un lugar de inocencia, sino de crueldad disfrazada de ternura. En una entrevista dijo:
«Los niños son monstruos delicados.»
Esa frase resume casi toda su obra.

A diferencia de la mirada edulcorada que muchas autoras tenían sobre la niñez, Silvina escarbaba en lo que los adultos no quieren ver: envidias, juegos con muerte, secretos, traiciones silenciosas entre hermanitos y muñecas.

Ese contraste —lo aparentemente dulce y lo profundamente siniestro— es lo que hace de cuentos como Las fotografíasLa casa de azúcar o La boda algo tan perturbador.

Sibila, la sola palabra subyuga, esa mujer que puede ver todo pero comparte sólo lo que nos guía en la forma de una condena que es mandato, designio, destino.

¿Armas? Nunca las quise. ¿Para qué me sirven las manos?, digo yo. Son garras de fierro; si no estrangulan, dan puñetazos como Dios manda.

El sótano, ese lugar desde la golondrina se eleva y ese resguardo del recuerdo y del huracán.

«Oigo gritos y ninguno contiene mi nombre».

Carta perdida en un cajón, maravilla, reconocimiento, homenaje y hasta correspondencia.

La serpiente ese enemigo que nos entrega el regalo del autoconocimiento.

El humor plagando todo, la sorna iluminada del león.


📚  Para leer algo breve

Puedes empezar con su cuento:
“La casa de azúcar”
—Una pareja se muda a una casa que ya tenía dueña… o tal vez aún la tiene. Es breve, inquietante y profundamente silvinesco.
Está disponible gratis en muchas antologías digitales, y se puede leer en línea aquí.

🏠🍬

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“¿Querrías iniciar conmigo una relación basada en el amor mutuo?”

Me pregunté leyendo a #Kawakami.

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Abrazo sin cuerpo pero con chispa.

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