Domingo sin esmalte
con “Roslyn” sonando como un susurro lento
Te despertás antes que ella. No sabés si está dormida o si sólo finge que no te siente mirarla. El sol entra apenas por la rendija. Te quedás así, sin tocarla, hasta que la respiración se acomoda.
Bajás a la cocina y preparás café como te gustaría dárselo: con espuma, con pausa. Cuando volvés, ella está sentada en el suelo. No pregunta nada. Sólo estira una mano. No para el café, sino para que te acerques.
La tomás como si fuera algo frágil. No sabés bien qué hacer, así que improvisás: le alisás la cutícula con un pañuelito húmedo, le sacás las pelusas diminutas de las uñas cortas. Ella no usa esmalte, pero te deja hacer. Y eso es mucho.
“No sé por qué me dejo. Nunca me dejo. Pero ella no me mira como si me faltara algo. Ni me pide que me pinte. Sólo me tiene la mano como si fuera parte de su domingo. No entiendo por qué no me asusto. Quiero que siga. Que me limpie, que me escuche el cuerpo sin hablarme. No digo nada, pero acerco la otra mano. Es mi forma de decir: seguí.”
Le preguntás:
—¿Querés que te peine?
No responde con palabras. Te entrega una liga. Se da la vuelta.
Y entonces tus manos, otra vez, hacen algo que no saben, pero que recuerdan. Le dividís el pelo, le trazás una línea invisible con el dedo. Le hacés dos trenzas. Una a cada lado. Como si fuera una niña. Como si fuera tuya.
“No me gusta que me toquen el pelo. Me peinaban fuerte, me dolía. Pero ella no. Ella tarda. Parece que va a soltarlo todo, y después decide seguir. Me hago chiquita. Me dejo. Las trenzas me tiran poquito. Pero no digo nada. Es bonito que alguien sepa hacerme nudos que no duelen. Me los desharé después. O no. Tal vez me los quede para cuando se vaya.”
Salís con ella al mercado sin decir “vamos”. Ella ya está poniéndose los tenis cuando vos cerrás la puerta.
No caminan juntas del todo. Se rozan, se frenan, se esperan. Cada tanto ella toca tu brazo para señalar algo, pero no te agarra.
Le comprás mandarinas aunque no es temporada. Te dice que huelen a ti. Vos sonreís como si no te importara. Pero sí. Te importa mucho.
Te detenés a probar un pedazo de mango con chile. Ella te lo saca de los labios. Lo prueba. Dice: —Pica. Pero no se queja.
“Yo no quería salir. Pero ella no pregunta. Se pone los lentes de sol y ya. Y yo la sigo. Me gusta cómo camina. No rápido. No lento. Como si llevara una canción en los tobillos. Me compró fruta. No sé si fue por mí. Pero me dio a probar. Eso sí fue por mí.”
Ya en casa, ella se tira en el sillón con las piernas dobladas como si fuera niña. Tiene las trenzas sueltas ya. Le quedaron ondas. Le hacés una foto sin que se dé cuenta. O tal vez sí se da.
Le preguntás si quiere ver algo. Ella te dice: —Lo que tú pongas. Y se acuesta con la cabeza en tus piernas.
No mirás la pantalla. La mirás a ella. Le pasás la mano por la espalda sin buscar nada. Como si el descanso fuera también tu forma de amar.
“No me duermo. Pero me dejo ir. El ruido de la lluvia me calma. Y ella, ahí, con su mano abierta en mi espalda, me enseña lo que nunca supe: que se puede estar cerca sin miedo. Me tapó con su suéter, no con una cobija. Como si no quisiera cubrirme, sólo ofrecerme algo suyo. Me duermo después. Pero antes suspiro. Y sé que ella me escucha.”
Nota escrita a mano
No usás esmalte, pero brillás.
No usás perfume, pero dejás olor.
No decís nada, pero yo lo escucho todo.
Si querés, repetimos domingo.
O lo hacemos durar hasta el lunes.—B
🎧 Lee esta pieza con: Roslyn – Bon Iver & St. Vincent
