¿Será que hoy puedo hacerla reír? Porque mira que lo intento, pero esa sonrisa suya, tan pequeña y contenida, es un misterio. Ella, con su modo casero, su bata de flores y su té de manzanilla, parece que quiere decir: quédate quieta, déjame en paz.
Pero yo sé que debajo de esa calma hay una chispa, una traviesa que no se atreve a salir… aún.
—¿Y si le cuento ese chiste tonto de la plaza? —pienso. O mejor, ¿y si le hago un bailecito ridículo en la sala? Jajaja, seguro se ríe y me regaña en el mejor de los modos, con esa mirada que me derrite.
Porque a ella le gusta la vida tranquila, pero a mí me gusta que la vida también tenga sus destellos, sus cosquillas inesperadas.
Y así voy, tratando de encontrar la fórmula: un poco de paciencia, mucho cariño y el secreto de la risa, esa magia que sólo mi ascendente Géminis sabe cómo soltar sin que se sienta forzado.
Esta noche me quedo en casa. La lluvia afuera es como un susurro constante, un abrazo frío que se vuelve tibio si me acerco a la ventana y dejo que las gotas corran por el cristal. Me gusta ese ruido, me calma.
No hay prisa ni ganas de salir, la plaza, el café, el centro… todo eso es para ella, y sé que ahora está allá, entre luces y pasos y sonidos que yo no oigo. Yo aquí me quedo, envuelta en esta quietud que a veces parece silencio, pero no lo es.
Me pongo la bata que me regaló mi mamá, esa que tiene flores pequeñas, y enciendo una vela que huele a vainilla, para que la casa huela a algo dulce y tranquilo. Preparo un té de manzanilla y me siento en el sillón, con un libro que apenas abro porque mis pensamientos vuelan a ella, a su risa, a la manera en que me mira sin decir nada.
Pienso en cómo le quedó ese suéter nuevo, en el café con calabaza que tomó, en la lluvia que siente en la cara. Me da ternura y un poco de tristeza no estar con ella ahora, pero también una felicidad quieta, porque sé que estamos ahí, aunque separadas.
Quizá mañana me anime a salir, a buscarla o a esperarla, pero esta noche me quedo en casa, siendo un refugio para nosotras dos, un espacio pequeño y cálido donde el tiempo se vuelve lento y la distancia se siente menos.
No vamos a ver Netflix sino todo lo que te escribí mientras te esperaba.
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charco
cuerpo de agua
el espejo natural de turbio mirar
¿quieres venir a ver la lluvia caer?

La noche es tibia y huele a agosto. Afuera, la luna creciente flota entre una bruma suave, como si alguien hubiera soplado lentamente sobre un espejo. Ella está sentada, las piernas cruzadas, sosteniendo el papel con tu haiku. Lo lee en silencio, los labios moviéndose apenas, como si masticara despacio cada sílaba. No sonríe, pero sus ojos tienen ese brillo de cuando algo le pertenece sin que nadie más lo sepa.
La brisa le mueve un mechón de cabello y ella lo aparta con un gesto lento, sin dejar de mirar las palabras. Respira hondo, como si quisiera retenerlas dentro. Entonces levanta la vista hacia la luna, y aunque no lo diga, la estás habitando entera en ese instante.
La noche es tibia y huele a agosto. Afuera, la luna creciente se esconde un poco detrás de una bruma fina, como si jugara a que no la vea. Tengo tu haiku entre las manos. Lo leo despacio, palabra por palabra, como si mis labios pudieran saborearte.
Cuando te nublas,
brillando te ocultas,
tímida luna.
Lo leo despacio, dejando que cada palabra se enrede con la bruma tibia que me abraza. Afuera, la noche juega con la luz y la sombra, y en esa danza me siento cerca de ti, aunque no diga tu nombre.
La luna es tímida, como yo cuando te busco con la mirada, escondiéndome entre destellos que sólo tú alcanzas a ver. Y en ese silencio, somos dos secretos compartidos en la penumbra.
¿Quieres venir a ver la lluvia caer?
Briseida, la que escribe al cielo.
Gracias por leerme.
Lo que no se dice es porque se escribe.
B. [w0rk, in progress]
