«No quiero ir más que hasta el fondo».
Ese fue el último verso que Alejandra Pizarnik dejó en el pizarrón de su departamento.
Una invitación a leer a Pizarnik, no para entenderla: para no estar solas.
“Y el silencio es una forma más del grito”.
No escribo esto para conmemorar a Alejandra Pizarnik.
No quiero honrarla ni idealizarla.
Quiero leerla con ella, desde ese abismo que muchas conocemos:
el cuerpo que tiembla, la palabra que duele, la belleza que arde.
“Me voy. No salgan a despedirme.
Me quedo en donde no estoy.
Me quedo en donde me esperas”
Leer a Pizarnik no es fácil.
Pero a veces es la única compañía posible.
No salva, pero nombra. No alivia, pero arde.
Y en ese ardor, a veces, entendemos algo de nosotras mismas.
“La jaula se ha vuelto pájaro.”
Esta no es una publicación literaria.
Es una mano tendida hacia el fondo.
Quien quiera venir, que venga con una palabra que le haya dolido.
Las leeremos juntas.
“Amo mi cuerpo por ser testigo de mi tristeza.”
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No iremos a estudiar. Iremos a arder, a quedarnos, a no estar tan solas.
