La mezclilla nació para resistir.
Su origen está en el trabajo manual, en la necesidad de una tela que aguantara el roce, el peso, el tiempo.
Primero fue serge de Nîmes, una tela francesa fuerte que luego, en el siglo XIX, viajó a América para convertirse en denim.
Los mineros, obreros y vaqueros la usaban como uniforme del esfuerzo: pantalones que no se rompían con facilidad y chaquetas que soportaban el polvo, el sol y el sudor.
Con los años, esa misma resistencia se volvió símbolo.
La mezclilla dejó las minas para entrar a la calle, al cine, a los cuerpos jóvenes que buscaban decir: soy libre.
James Dean, Marilyn, las revoluciones estudiantiles, los años 70 y su rebeldía; cada época encontró en la mezclilla una manera de afirmar el cuerpo y el movimiento.
Hoy la mezclilla ya no pertenece a una clase ni a un oficio.
Es una segunda piel democrática, una tela que se adapta a todos los géneros, cuerpos y momentos.
Lo que antes era ropa de trabajo, ahora es lenguaje:
la mezclilla dice quién eres sin necesidad de hablar.
Su historia es la del esfuerzo que se vuelve estilo,
de la utilidad que se transforma en identidad.
