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NEIPA y galleta de vainilla: un maridaje inesperado

A veces los mejores maridajes nacen de un antojo rápido, no de una planeación rigurosa. Hoy fue así: una NEIPA turbia y jugosa junto a una galleta de vainilla sencilla, casi de infancia. Un contraste que parece improbable, pero que funciona de manera sorprendente.

La NEIPA: jugosidad y amargor amable

La cerveza abrió la experiencia:

  • Aromas a melocotón, mango y cítricos frescos.
  • Cuerpo espeso, casi cremoso.
  • Ese amargor redondo que se queda en la lengua pero invita a seguir.

Una NEIPA siempre tiene algo de tarde nublada, de vaso empañado, de lúpulo exuberante que te abraza sin pedir permiso.

La galleta de vainilla: calma y memoria

Después, la galleta.
Crujiente, ligera, dulce en lo justo. La vainilla actúa como una pausa suave:

  • Limpia el paladar.
  • Atenúa la intensidad lupulada.
  • Trae una sensación hogareña, casi nostálgica.

Por qué funciona el maridaje

Este pequeño encuentro es simple:
lo amargo abre, lo dulce cierra.
La NEIPA despierta, la galleta acomoda. Juntas crean un ritmo que da equilibrio, como si una te empujara hacia adelante y la otra te regresara a casa.

Conclusión

No todo maridaje necesita complejidad. A veces basta con tener a la mano una buena NEIPA y una galleta de vainilla para descubrir un momento de armonía inesperada.

Un recordatorio de que la cocina —y la cerveza— también se disfrutan desde el impulso, el antojo y el juego.

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