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El nuevo pantalón

Lo que llevo puesto también habla de lo que he aprendido a cargar con suavidad.

No sé si haya algo más íntimo —y agotador— que comprarse un pantalón de mezclilla.
Uno pensaría que es solo una prenda, pero no.
Es casi una conversación con una misma.

Porque ahí estoy, en el probador, entre el espejo y la luz implacable, pensando si la talla es la correcta o si la mezcla entre autoestima y tela va a resistir el día.
No quiero apretarme.
No quiero ocultarme.
Tampoco quiero rendirme a esa idea de “verse bien” que parece escrita por alguien que no conoce mi cuerpo.

Solo quiero acomodar la panza —literal y emocionalmente—.
Que el pantalón me abrace sin juicio, que siga siendo yo,
suave y cómoda, aunque el botón quede justo o el cierre haga un pequeño esfuerzo.

Por eso terminé en Levi’s, buscando esa mezcla rara entre estructura y perdón.
Porque cuando encuentras uno que te queda bien,
sin pelearte con el espejo ni con la voz interna,
casi se siente como un milagro textil.

Y ahí entiendo que todo está conectado:
la bolsa grande, la pequeña, el pantalón que sí cierra, el que no.
Todo es una forma de aprender a cargarme con cariño.
De vestir mi edad, mi cuerpo, mis días,
con la misma mezcla de honestidad y ternura que me salva cada vez.

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