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La Pijama Navideña

Hoy volví a ponerme mi pijama navideña.

No sé qué tiene, pero en cuanto me la pongo, el cuerpo baja un cambio.

Es como si la tela guardara una memoria tibia:

luces tenues, noches tranquilas, ese olor extraño entre frío y pan dulce que solo diciembre entiende.

La pijama navideña no es elegante, no es sexy, no es nueva.

Pero tiene una calma muy mía.

Es ropa para desarmarme tantito, para soltar la tensión del día,

para recordarme que también soy esta mujer que se acuesta temprano,

que se recoge el cabello,

que se mete entre las sábanas con el Kindle a un lado

y encuentra paz en lo sencillo.

Hay algo en el estampado, en esos colores que solo tolero en diciembre,

que me hace sentir acompañada.

Como si, al ponérmela, entrara a un cuarto donde el tiempo es más lento

y yo puedo respirar sin prisa.

Tal vez la pijama navideña es mi manera de decirle al cuerpo:

ya hiciste suficiente hoy, ya puedes dejar de ser fuerte un rato.

Tal vez es ese pequeño ritual que anuncia que se acerca lo dulce del año,

lo cálido, lo que vuelve a unirnos.

Solo sé que hoy me la puse, me miré en el espejo y pensé:

a veces el cariño empieza por aquí,

por la tela suave que te acompaña al final del día.

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