La Cream Ale de SAMAO llegó como llegan las cosas que no esperas pero que te calman: fría, limpia, con ese dorado tímido que no presume nada y aun así te conquista. Huele a tarde lenta, a conversación cortita, a pausa que se agradece.
En boca es suave, casi un susurro: una malta discreta, un dulzor mínimo que se esfuma antes de que puedas atraparlo, y un final tan ligero que lo único que quieres es otro sorbo, y luego otro, como si la cerveza misma supiera desaparecer sin dejarte sola.
Hoy la bebí así: sin prisas, sin ceremonia, como quien se sienta a respirar un momento.
Y qué bien cae una cerveza cuando no pide nada más que acompañarte.
