
Alfredo Gurrola se sirve del estilo del folletín para realizar una sátira del corrupto sistema policial mexicano en Llámenme Mike.
Miguel, el protagonista, es un agente que conoce y práctica el régimen deshonesto que lidera en la división de narcóticos su capitán, quien a nada de ser descubierto lo elige como chivo expiatorio de su más reciente delito. Condenado y encarcelado, Miguel sufre una severa lesión cerebral como resultado de un ajuste de cuentas con los reos del penal. El incidente lo trastorna y trasforma en Mike, un justiciero ciudadano que parece salido de las novelas de detectives a las que es aficionado.
Con un guión sencillo pero efectivo, el filme logra retratar los vicios que infectan a los agentes del orden público. La brigada de la que Miguel forma parte roba, amaga, extorsiona y asesina sin asomo de pudor o culpa, escudados en la legalidad que deberían representar.
Con su rango limitado, Alejandro Parodi realiza una actuación notable, como un paladín increíble en la acepción primaria de la palabra, su personaje es la confirmación de todo cliché posible: perseguidor de intrigas comunistas, veterano de guerra, valiente y gallardo, que sin perder la compostura, introduce locuciones innecesarias en inglés.
La película de ínfimo presupuesto se sirve de sus carencias para representar situaciones burdas y absurda que logra momentos de comedia gracias al tono exagerado de actuaciones y situaciones que reflejan escenarios lamentablemente conocidos para ofrecer trasfondo crítico a la narración, inspirado en las publicaciones que son el núcleo lector de la vasta mayoría de la población, logrando de esta manera conectar con el espectador y con una forma gastada reprobar sus contenidos.
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