
Con su poesía, Edgar Allan Poe gesta su tránsito y visión por los dominios vedados de la muerte.
Cruel y frío es el destino que le arrebata a la amada. El dolor abismal que pasma su alma lo conforma en un muerto en vida; cadáver consciente y voluntario, es la catatonia una estrategia para apagar el fuego interno y dejarlo tan helado como el soplo que se la arrebata.
Apariciones y aparecidos persiguen y acompañan una vejez prematura de la sapiencia. Un embeleso y un privilegio es el ojo que es capaz de vislumbrar cómo las cosas se revisten no de luz sino de oscuridad, el escalofrío no es antesala del temor, sino el anunciamiento una tristeza lánguida de quien se sabe perteneciente a otra latitud..
En esos paisajes oscuros la presencia de la mujer lo ilumina. Nombrarlas es invocarlas, traerlas al presente con su voluntad. Algunas visiones son melancólicas, pero otras están plagadas de espanto, de la faz descarnada del óbito, siempre vencedor. Un territorio inmóvil e inasible al que araña entre sueños, con el verso como contraseña y barca.
Se trata de una cruzada por alcanzar una tierra mística, una vedada a los vivos pero descubierta por los elegidos. No lo dejen ir.