En tono de fábula, Carlos Reygadas explora la presencia de la maldad y su incidencia en nuestras vidas.
El filme retrata el rompecabezas existencial de Juan, un joven hombre que escapa de su vida burguesa para encontrar refugio y tranquilidad en la vida sencilla, cerca de la naturaleza. Lo que no logra eludir es un temperamento hosco producto del encuentro temprano con fuerzas oscuras representadas en un demonio rojo vibrante, que lo trastoca hasta dejarlo presa de emociones violentas. Consciente de sus conflictos interiores, Juan se confía en el 7, un trabajador que acarrea su propia dosis de culpa, transitando una senda paralela de atrocidad.
Filmada para retratar un desenfoque radial, la película destaca por una estética comba que contagia la sensación de delirio, que matiza la polisemia en los dilemas individuales y de pareja, además de las evidentes brechas sociales entre dos hombres dominados por la ira.
La línealidad fragmentada, permite la exploración, a manera de viñetas del pasado, presente y futuro de los personajes, añadiendo capas para que el espectador descifre el misterio o se deje sepultar por él.
La inocencia es otro de los ejes temáticos del filme, representados por los hijos de Juan, dos niños pequeños que inundan la pantalla con candidez, rodeados siempre de la amenaza de la malignidad, en la forma de lo primordial, como las bestias y las animas, opuestas a lo que es urdido, como la posesión, el conocimiento, el trauma y la acumulación. Las imágenes provocadoras culminan con un climax de paz y violencia, representando el ying yang constante de la vida. La maldad existe, así también la pureza, y las dos moldean toda existencia. No la dejen ir.
Briseida Alcalá 