Con más nostalgia que melancolía se escriben estas carta imaginarias de Nervo para su hija, donde se recuerda el tiempo que no existió, ese primigenio en el que surge el poeta como el desposeído, a quien se le concede como único privilegio el mundo interior y la admiración de todo aquello que los demás poseen, pues

«Cuando el mundo fue creado, a los poetas no nos dejaron nada».

El intercambio incluye las respuestas de Margarita, a quien refiere amorosamente como Margotón, dos tonos distintos y un mismo árbol familiar.

La risa pegajosa, una planta contagiando su florecer a la otra y la Luna utilizando su telescopio para estudiarnos como si fuéramos microbios.

Me encantó.

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En estado de Viaje

La amada inmóvil