Entré a la tienda sin prisa.
Los frascos alineados, cada uno con su propio mundo.
Pero fue aquel pequeño vidrio, sencillo y discreto, el que me detuvo.
Lo tomé en la mano, lo giré, lo olí.
Notas frescas, un dejo cálido…
algo que me recordó a tardes de sol, hojas moviéndose, risas lejanas.
No era solo un perfume.
Era una pausa, un refugio portátil que podía llevarme conmigo.
Un aroma que se quedaba en mi piel, pero también en mi memoria.
Salí con él en la bolsa, caminando despacio,
respirando esa nueva presencia que ya sentía mía.
Y supe que, cada vez que lo use, será un pequeño ritual de regreso a mí misma.
