Hay placeres que sólo se aprenden con los años.
Uno de ellos: estrenar calcetas para el gimnasio.
No es sólo la sensación del algodón nuevo ajustándose al empeine,
ni la compresión perfecta en el arco.
Es el pequeño recordatorio de que sigo aquí,
sintiéndome viva en mis rutinas, en mis repeticiones,
en cada gesto que me devuelve al cuerpo.
Estrenar calcetas se volvió parte de mi ritual de cuarentañera:
ese momento íntimo antes del entrenamiento
donde me reconcilio con el tiempo,
con mi fuerza,
con mi estilo propio —ese que combina disciplina y placer—.
Hay algo casi espiritual en ese primer paso sobre el piso del gimnasio,
el roce limpio del textil nuevo,
la energía contenida que anuncia:
hoy empiezo otra vez, desde los pies.
Y sí,
aunque sea una prenda mínima,
me hace sentir en modo recovery, pero fashion.
Un recordatorio de que el autocuidado también se viste,
aunque empiece con algo tan simple como unas calcetas nuevas.
