
Una fábula fantástica sobre el nexo entre violencia e identidad de género en Les garçons sauvages.
Tanguy forma parte de una pandilla con un entendimiento tóxico de la masculinidad, que se expresa en un desenfreno absoluto que los conduce a un trance perverso que nombran Trevor. El remedio elegido a las consecuencias de sus conductas es ponerlos en manos de un marinero holandés que se ha labrado una reputación como reformador y que con pocas reglas y una disciplina férrea los conduce a una isla que revierte lo primordial.
La exploración es interesante y controvertida, con su aproximación a un tema a través del tránsito de los personajes que con sus historias mínimas exploran los distintos matices de un mismo conflicto, aludiendo a la feminidad como la condición doblegada de la masculinidad. La domesticación que gradualmente experimentan los jóvenes permite numerosas y controversiales lecturas sobre todas las condiciones barbáricas y por tanto primarias, del hombre.
La elección del blanco y negro logra una plasticidad en la imagen que refuerza el diseño de arte, logrado con una nimiedad de bien utilizados elementos y que realzan encuadres osados que no obedecen regla alguno. La banda sonora, sabe acentuar el tono de las secuencias, particularmente las que resalta con el color el frenesí.
La estilización del filme es también la sofisticación de la perversión en esas formas de la violencia que apela con el intelecto a los instintos y caracterizan a la burguesía. Domar es someter, dominar, avasallar, un proceso que primero forzado es luego asumido, en una metafora para la transición histórica que transfiere el poderío del hombre la mujer. No la dejen ir. De lo mejor del año.