Pedro Almodóvar reconcilia vida, obra, pasado y presente con Dolor y Gloria.
Salvador, el protagonista, es un director de cine que, enfrenta su primera película con motivo de un reestreno de la misma, lo que la lleva a reevaluarla y también a los personajes con los que pensaba ya no tenía más que ver.
El guión entreteje conflictos añejos de los años formativos, a través de las cuentas pendientes de la maternidad y la primera pasión. La linealidad discontinua se interrumpe a través de flashbacks de su infancia, que desordenados surgen a partir de sensaciones de encuentros y experiencias que apenas se asientan.
Su estilo, inconfundible, se encuentra sosegado, a tono con el estado anímico de un hombre presa de aflicciones físicas y espirituales, en todo tiempo aletargado y a quien Antonio Banderas brinda una de las mejores interpretaciones de su carrera.
El uso de los gráficos, siempre acertado se lleva a extremos brillantes, con las animaciones que representan su exploración del conocimiento a través de la experiencia.
Los simbolismos no se eluden ni se ocultan con la presencia y referencia constante al agua como elemento de origen y por tanto de renacimiento. Salvador transita su propia vida a través del recuerdo, pero también de la invención, con encuentros casuales y provocados que le ofrecen la vía para reconocerse y así en todo sentido recuperarse. No la dejen ir.