
Ursula K. Le Guin crea no un mundo sino dos evidenciar la farsa de todo absoluto utopía en su espléndida novela, los desposeídos.
Un muro, bifacético y pírrico es la única frontera entre Anarres y Urras. De origen común, los habitantes de cada planeta se han desarrollado como la culminación aparente de un ideal encontrado. El primero del anarquismo, como el socialismo absoluto y organizado, duro y justo, el otro de mercantilismo, paraíso de la abundancia, donde el hombre disfruta el lujo como premio a su esfuerzo. Equivocados y ciertos en la emancipación de un modelo que niega en el uno al otro. Cruzar el muro será apenas el primer paso para Shekev, el protagonista, quien descubrirá otros límites asentados en lo más hondo de la conciencia.
Ciencia, mística y filosofía conforman la narración que presenta una linealidad discontinua, que se alterna entrambos, creando la sensación de confusión y curiosidad de quien intenta penetrar los secretos de otro mundo, guardados bajo las maneras de quien considera al pasado el futuro, negando la realización total del presente.
El muro resonará como la representación física de los confines que escinden al universo en una noción que anula en el nosotros al ustedes, con principios inflexibles que se escundan en si mismos hasta impedir la admisión y exploración de la otra cara de la luz y la opacidad.
Unos obnubilados por compartir, otros por acumular, cierran las puertas al opuesto de la existencia que es precisamente la que la complementa. No lo dejen ir.