
Con Höstsonaten, Bergman explora la más compleja de las relaciones humanas, la de madre e hija.
La película retrata el reencuentro de Eva, con Charlotte, su madre, a quien invita a pasar una temporada en la casa que comparte con su marido y que pondrá fin a una separación de 7 años. La reunión sacará a la luz el bagaje emocional que en Eva lleva años borboteando en la represión.
La llegada de Charlotte, es toda algarabía y emoción, pero la sonrisa pronto se convierte en mueca con el primer esqueleto colgando de un closet descomunal. A partir de entonces cada mujer interpretará su papel y los roles que han jugado desde el encuentro empezarán a repetirse hasta revertirse.
La puesta a cuadro sucede casi en su totalidad en el ambiente confinado de la casa pastoral que Eva y Viktor habitan. Los diálogos siempre espléndidos, las muestran opuestas, cada una en su versión particular de los hechos. A Charlotte en monólogo, apelando a no otra autoridad que si misma, y a Eva, como la implacable acusadora ante Viktor, quien funciona como un espectador que presenta y presiente la coalición inminente de la reunión de las dos mujeres.
Una larguísima secuencia hace las veces de clímax, entrecortada con flashbacks de un montaje escueto que revelan la marca de la soledad en sus vidas; manifestada en un aislamiento hasta entonces disimulado con cordialidad, que es también la marca de la incomprensión. La cámara se sirve de lo restringido del espacio para acercar y trazar un largo y anticipado ajuste de cuentas. Las voces se elevan y los rostros de a poco se desencajan, el resultado es brillante y estremecedor.
Las actuaciones son por supuesto la espina dorsal de este filme intimista, Ingrid Bergman está apoderada del papel como una madre distante y encantadora, incapaz de demostrar algo más que comodidad y desdén. Su presencia escénica resultaría insoportable para cualquier actriz, excepto una Liv Ullman capaz de salirle al paso con su capacidad extraordinaria para mirar. Ambas actrices experimentan con sus personajes procesos inversos, pues mientras Liv comienza tímida, nerviosa y contenida, termina fiera, combativa y hasta cínica. Determinada por la pérdida, su Eva sobrelleva una existencia aferrando el pasado como bálsamo y herida, en la figura de madre e hija, respectivamente.
La música juega un papel fundamental en la cinta, evidenciado desde el momento en que ambas se sientan al piano a brindar su interpretación de un preludio de Chopin, así lo que para una es motivo de desesperanza, para la otra lo es de suficiencia.
Nunca antes reunidos, los dos Bergman y Ullman representan un triunvirato nórdico imbatible que se abocan a desentrañar las complejidades insostenibles de toda crianza, cadena de responsabilidades que une y traba.
Sus numerosos méritos le valieron el Globo de Oro a la mejor película extranjera y la perpetuidad como la única colaboración entre dos imprescindibles del cine mundial que compartían además el apellido. No la dejen ir.