
Situada en la Italia de la posguerra, Stromboli permite a Roberto Rossellini examinar y ejemplificar el portento de supervivencia de una emigrante lituana en una pequeña isla asolada por erupciones volcánicas.
Dominada por la presencia de Ingrid Bergman, el filme exuda espontaneidad; la sensación de realidad que lo impregna está logrado con un excelso trabajo en la dirección de actores, comunicando un mensaje claro y cargado de sutilezas.
La perspectiva femenina brinda un tratamiento interesante, el personaje principal es complejo, con los suficientes estratos para alejarlo de la dicotomía bueno/malo y colocarlo en la categoría de humano. Sus ojos extranjeros permiten mostrar al director las peculiaridades de los habitantes del pequeño pueblo, conservadores, fervorosos, recelosos.
El trasfondo político es evidente desde la primera secuencia, situada en un campo de concentración, paradigma trágico de la miseria humana y necesario punto de reflexión e inflexión histórico.
Fiel a los postulados no tácitos del neorrealismo, el guión incluye también elementos del cristianismo, que evitan convertirse en la piedra en el zapato al justificar su presencia como parte de la idiosincracia del italiano promedio.
Ingrid Bergman entregada y magnética en uno de los roles de su carrera, punto inicial de una insigne colaboración que alcanzaría el plano personal con el legendario director.
La música, a cargo de Renzo Rossellini es espléndida y el complemento perfecto de secuencias que transmiten todas algún aspecto de significancia en sus vidas. La más larga e inolvidable de ellas, la de la pesca, tan bien orquestada que la emparenta con el documental, igual que la de la evacuación tras la erupción, aspectos todos que la entregaron a la posteridad. Recomendada.