Conquista de lo inútil recupera el diario que Werner Herzog escribió durante el rodaje de Fitzcarraldo, a la manera no de una bitácora de filmación, sino de las impresiones y reflexiones de un hombre sometido al trance de una labor que el entorno vuelve colosal.

El deseo de crear en medio de un caos caos tan poderoso como impasible se constituye en la tarea de un demente. 

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De a poco observamos la transformación del arrobo en desesperación y abatimiento. Pérfida y mortal, la selva no es un enemigo sino un agreste absoluto del que todos forman parte, hasta él. 

En la ausencia impera siempre la nostalgia, por el terruño, la familia, los amigos, el hogar. Se aprende a olvidarse del tiempo y a medirlo todo en las manifestaciones del ambiente: la tormenta, el amanecer, la calma, la tormenta.

La soledad es aplastante y queda como único refugio el hundimiento de sí mismo, en un aislamiento así la reflexión es tan clara como sombría. Estamos en busca perenne del dominio que signifique la reafirmación del absurdo en que transcurre la vida de todo hombre.

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