
Margo Glantz escarba en los recuerdos ajenos para formar desde la memoria personal la colectiva en Las Genealogías.
La identidad se forma desde esa búsqueda perenne de pertenencia que se acentúa y recalca cuando se es, como los judíos, un perenne exiliado. Con anécdotas deliciosas se teje un entramado de existencias colosal que es también la otra cara de la historia, de los sumidos en el anonimato al que los reduce la efeméride y la estadística. De este modo se afronta un pasado que sólo le pertenece de oídas y desde el cual se reclama y se encuentra.
El genocidio los desvanece pero con intentos como este se le afronta, entre recuerdos que se contradicen, nombres que se olvidan, personajes que se pierden. La historia se reconstruye con fragmentos de una vida que se desmoronó y sobre cuyos cimientos ni siquiera pudo ser posible construir otra, en su lugar se abandonó, se migró, para desaparecer y sólo así sobrevivir, en el sentido más amplio de la palabra, en otro lugar y con otro nombre.
La narración destaca por su aportación a la memoria de otro México, de ese que forman también las oleadas de migrantes. Las voces muchas veces acalladas dentro de un país que exige para la integración el olvido, y que aquí afirma lo que ya tendríamos que haber sabido: somos también quienes estuvieron antes que nosotros. No lo dejen ir.