
Podemos evadir la naturaleza pero no podemos escaparla en High Life de Claire Denis.
Con un ritmo lento, la película desarrolla sus capas para mostrar a Monte, un joven padre, vagar por el espacio atendiendo las necesidades de Willow, su pequeña hija, en una nave de la que son los últimos tripulantes. A través de flashbacks que no distinguen recursos estilísticos conoceremos el origen de la misión y las interacciones con el resto de los tripulantes originales.
El viaje interestelar se ofrece la única oportunidad de redención para un grupo de criminales, convertidos en conejillos de indias como los conquistadores de un futuro que ni conocerán ni gozarán, buscando el nuevo génesis de todo explorador, en la inconsciencia de un escape que se vuelve un calvario, peones en una expedición que sólo pueden emprender los que no tienen nada que ganar ni perder.
Los instintos imperan en un ambiente controlado que los impulsa a abandonarse a la reproducción, enfrentado a la indolencia y abulia de un tiempo olvidado hasta de si mismo, con el desborde de emociones largamente adormecidas que buscan toda clase de violentas salidas, en la represión y en el goce.
Siempre espléndida, Juliette Binoche exprime el tono como la médico a bordo, divina en su afán creador, chamány súcubo que representa a la ciencia moderna, para quien la perfección radica en la persistencia, en el legado de la continuación que probará cómo l lo único que se necesita para persistir es una esperanza o la idea de una esperanza. No la dejen ir.