Los mexicanos no tenemos memoria, reza un dicho, injusto quizá pero célebre. Me parece que sí la tenemos, pero consiste en algo más que los hechos registrados por el archivo nacional. Un mecanismo que se sirve más del rumor, el boca a boca, el recuerdo, la leyenda y el mito. Con ellos se construye también la verdad y persisten y subsisten los sucesos a través de los años.
De esta clase de registro se trata 68, memoria de Paco Ignacio Taibo II sobre el infame movimiento estudiantil de ese año. Al silencio oficial se contrapone el recuerdo, el trauma, la cicatriz.
Desde el ahí estuve Taibo reconstruye el curso de esos 123 días, servido de sus viejos cuadernos como base para dar forma a los recuerdos que jamás pudieron convertirse en una novela, separándolos en pequeños apartados que abordan momentos cotidianos como los amores, las amistades, las facciones, los alimentos. De todo eso que tampoco se olvida.
Con el amargo sabor de la derrota inmerecida rememora la inocencia de una juventud mexicana empeñada en defender México, de qué y contra qué, poco sabían y menos les importaba, de lo que no tenían duda era que no iban a retroceder ante un poder tiránico que no tenía interés ni en escuchar ni en resolver sino en borrar de plumazo todo aquello que se le opusiera.
Bob Dylan, el Che, la fraternidad, las opiniones encontradas, el himno nacional, las tortas, la igualdad de género, la conciencia de clase y el hombro con hombro de los verdaderos mexicanos emprendiendo una batalla que habría de perderse de la forma más cruenta para convertirse en el estandarte posterior de todas las luchas sociales de este país.