Psycho

Alfred Hitchcock sortea el reto autoimpuesto de un presupuesto reducido para motivado por su insaciable apetito creativo, orquestar una obra maestra en la que la forma moldea el contenido. 

La modernidad del tratamiento resiste el paso del tiempo, se trata de un filme innovador en todos los sentidos. El director renuncia a las imposiciones de la convención para contar con un sólo nombre de peso en el reparto, el de Janet Leigh, y completar el resto del elenco con desconocidos.

Se trata de una elección consciente y voluntaria como el resto de sus decisiones con las que despedaza nuestras certezas y previsiones como espectadores, que pasamos de creernos sobre terreno firme a descubrirnos no en un laberinto sino en un espeso pantano en el que ningún de los pasos dados será jamás firme.

El guión incluye no una sino dos extraordinarias vueltas de tuerca que rompen la regla tácita que le otorgaba una disposición de inmortalidad a los actores de renombre. La segunda confirma la afirmación de Hitchcock de que entre mejor desarrollado estaba el villano mejor era la película, Norman Bates se mantiene como uno de los asesinos más escalofriantes del cine, por el desdoblamiento de la personalidad como causante de sus ímpetus homicidas, constituyendo su revelación la construcción del otro instante de desconcierto colectivo.

El ritmo es sinuoso y preciso, acompañado del silencio, que junto a su blanco y negro que amortigua la saña, colaboran en su condición de obra atemporal, más emparentada con el cine mudo.

El montaje es extraordinario y alcanza su más alto nivel en la célebre escena de la ducha, combinando cámara subjetiva y objetiva compuesta en una mezcla de 78 planos medios, acercamientos y planos a detalle y sincronizados a la perfección con la banda sonora soberbia, a cargo de uno de los colaboradores recurrentes del director, Bernard Herrmann, quien utilizó unos violines estridentes para acentuar la tensión.  

Cada uno de los detalles fue meticulosamente diseñado, planeado y ejecutado logrando un filme que se inscribe desde entonces en los anales del cine y la cultura y probablemente hasta de la historia. Imperdible.