
Parodia y homenaje a las denominadas “películas de miedo”, Scream refrescó para el gran público un género que se sentía creativamente perdido, convirtiéndose al hacerlo en hito en si misma.
Originalidad era la principal carencia del cine de horror desde los 80 y Craven, con su maestría en un género que ayudó a construir y cimentar, logró con socarronería desafiarlo a través de una interesante premisa extraída de las reglas implícitas del género entretejida con la brutalidad del incipiente milenio, que emparejados junto a incontables referencias permiten el disfrute de la cinta a 20 años de su estreno.
Una secuencia inicial espléndida la distinguió desde el inicio al llevar al límite la osadía exhibida por Hitchcock en Psycho, con el asesinato tempranísimo de Drew Barrymore, nombre principal del elenco y cara del cártel. Presentando también a uno de los asesinos más carismáticos de la historia del cine, que en esta entrega no tenía nombre y más tarde conoceríamos como Ghostface.
Sanguinario y torpe, su disfraz barato sería pronto icónico, así como el humor retorcido que expresa su memorable voz. En oposición la antítesis de la Scream Queen, Neve Campbell como una Sidney Prescott que lo afrenta con la fuerza mental que extra de los esqueletos que cuelgan en su closet, combatiéndolo con astucia y también con patadas, puñetazos, y deslizamientos.
La galería de personajes más tardaríamos en conocer que en amar incluyen a una Rose McGowan bullendo de actitud como Tatum Riley, y a Skeet Ulrich y Matthew Lillard como dos Romeos con caras opuestas de lo inquietante.
Llevada siempre con el ritmo justo la tensión se mantiene para concluir en la fabulosa carnicería del tercer acto. ¡De 42 minutos de duración! Rematada en una espléndida vuelta de tuerca que terminó por volar en pedazos nuestra cabeza. No la dejen ir.