¿Qué viene primero? ¿El libro o la película? Ese acertijo ronda siempre la mente de quien es un entusiasta de ambos. Para ser justos debía uno juzgarles como obras separadas, pues lo son.
Heredero de la tradición de autores como Bukowski, Chuck Palahniuk señala lo que hay de podrido en el mundo y lo hace bien. No posee las herramientas narrativas de los superdotados, pero tampoco lo quiere, porque escribe con la voz del HOMBRE común, así con mayúsculas, para los agobiados por una existencia mediocre confinada por las anclas de toda vida urbana: matrimonio, trabajo estable, hijos, hipoteca.
El lenguaje es sencillo y coloquial, lleno de frases baratas que se podrían repensar pero que atinan a señalar bien el infierno del consumismo y el conformismo.
Tayler Durden, el personaje principal (a estas alturas no creo arruinarle a nadie el giro de tuerca) se desdobla en un par de personalidades opuestas y a través de la violencia y la insurrección está decidido no a cambiar sino a defecar sobre el mundo. No faltan los que se le unen y tampoco la mujer foco de atención, pero finalmente lo más interesante y rescatable del libro, que lo salva incluso de sus frases baratas, es este dibujo del poder del hombre promedio para escapar de su anonimato y del reconocimiento a gritos de la asfixia cotidiana que los impulsa a estrellarse, literalmente, unos contra los otros. De su necesidad del caos a manera de un grito contra un Dios silente.
Hubiera sido preferible que esta conciencia fuera plena y no sombra del alfeñique, pero se entiende el uso del elemento sorpresa, que si se presta atención se insinúa mucho antes de que se devele y presenta además la curiosidad de representar en una sola persona dos personajes, ambos antihéroes.