Wolfgang Petersen adapta el libro homónimo de Michael Ende para retratar el vínculo vital entre las dos caras de la realidad.
Bastián, el protagonista, es un niño introvertido que como todos los héroes clásicos carga la herida de la orfandad. La imaginación es su refugio de esa separación que se manifiesta en lecturas y sueños, su sensibilidad particular lo vuelve el blanco conocido del acoso de sus compañeros de clase, quienes lo persiguen y violentan hasta que un día entra en una librería de viejo para encontrar en un antiguo volumen un portal a otro universo.
La inmersión es total en el libro que Bastian lee y que narra la cruzada de Atreyu, un joven cazador, por salvar la tierra de Fantasía, a la que amenaza con desaparecer fuerzas oscuras que se manifiestan en la Nada, y en su sirviente, Gmork.
Con gran trabajo de producción, diseño de arte y efectos especiales el director recrea los escenarios y criaturas que pueblan ese otro orbe, particularmente Falcor, el dragón de la suerte, que con sus grandes ojos expresivos y espeso pelaje recuerdan a un perro volador que desde entonces todos los niños fantasean con volar. La banda sonora de Giorgio Moroder añade a esta sensación de épica que logró instalarse en la memoria colectiva, apelando a la infancia, pasada o presente del espectador, para recordarle lo que al crecer extravía.
Los nexos se vuelven cada vez más evidentes entre los dos universos, para extrapolar en la lectura la figura del mundo interior, como la llave para la existencia real y efectiva, que es la definición certera de realidad. No lo dejen ir.