Manifesto

Cate Blanchett como el lienzo inmejorable en el que Julian Rosenfeldt traza su diagnóstico y visión del arte moderno en una pieza soberbia de cinematografía, Manifesto.

En plano a detalle una mecha se consume y agota. Estamos ante la declaración de un incendiario, para quien sólo será posible construir un mundo verdadero sobre las cenizas del viejo.

En voz en off, Blanchett comienza la lectura de la proclama. La mayor del tiempo brillante, también insolente, algunas más redundante y otras divertido.

Blanchett está excelsa, ensanchando los alcances del oficio histriónico, apropiada de la piel de 12 distintos personajes y una marioneta. Los fuegos artificiales del comienzo los observa como una indigente desquiciada, para ejemplificar cómo los dementes son relegados a pesar de ser poseedores auténticos de la verdad.

“El arte requiere verdad no sinceridad” y desde su propia tesis el autor partirá en un entrecruce de afirmaciones propias y ajenas.

Nada está al azar y la pantalla pronto se inunda con la lista de representante de visionarios y revolucionarios para quienes creación fue ruptura. 

El lenguaje cinematográfico se empalma en un todo apabullante y discursivo. Patrones geométricos, espirales, vórtex, rutinas, edificaciones, transmisiones e instalaciones se unen en la puesta de escena, 

A partir de aquí todo es posible y lo será. El desfile de personajes enunciará verdades dolorosas y necesarias, conformadas con reflexiones del propio Rosenfeldt mezcladas con extractos de textos de los representantes de cada ruptura del arte moderno.

Se trata de un filme que se inscribe en la punta de la pirámide de lo mejor del año, propositivo y osado, apropiado de las posibilidades infinitas que ofrece el filme.

No la dejen ir. Repito. No la dejen ir. Imperdible.