Solenoide

Mircea Cărtărescu araña los misterios de la creación presentándola como una jerarquía existencial a la manera de cajas chinas infinitas, en la que no ocupamos el mejor ni el más alto grado.

La novela transita la fantasía en la que un escritor frustrado intenta con sus cuadernos aprehender la vida desde la porción inmaterial de la misma, esa región siempre sospechada del sueño para integrarla con un tono totalitario en el que lo onírico es una porción equivalente y equidistante de la materialidad, que conforman junto con extrañas visiones, el asomarse al abismo que implica la búsqueda frenética de las señales divinas, como quien sigue las migajas que lo guían al camino que conduce a la vía de escape del agobio interior. 

La dicotomía se repite en cada apartado del libro, comenzando con la importancia suprema que el autor otorga a la biología, el cuerpo es un hervidero de ácaros, piojos, dolores, deseos; un microcosmos consumado en el que bullen las criaturas que sustentan y soportan sus propias cargas, desgracias, lamentos e ignorancias. El doble se presenta también en el otro que es la mujer, que lo habita, lo genera, complementa y sobrevive.

La polisemia se expande hasta la literatura, que como la vida no basta para volcar las particularidades del universo propio, y que aquí se descarnan para aprehender una existencia que nos esforzamos por transitar más allá de la ignorancia. No lo dejen ir.