Lili (Zsófia Psotta), una niña de 13 años se va a vivir con su padre por tres meses, la acompaña Hagen, un can mestizo que pronto recibe hostilidades de la vecina y del control canino. Para evitar pagar un impuesto de tenencia y después de una acalorada discusión, el padre (Sándor Zsótér) abandona al perro a la mitad de la carretera, dejando a Lili desconsolada. Separado de su dueña, Hagen pasará de un mal rato al otro hasta terminar en la perrera, donde justo antes de ser sacrificado, escapa para liderar una revolución contra los que lo lastimaron.
La película plantea la interesante cuestión de una vendetta canina, con un inédito enfoque al lazo de amistad entre el perro y el ser humano. Además de tratarse también de una discreta metáfora sobre la discriminación, sufrimiento y repudio que experimentan las minorías.
Como ejercicio cinematográfico es extraordinario, al emplear tal cantidad de canes y de tal manera. Las actuaciones están muy bien logradas, así como la transformación de Hagen en un verdadero personaje dramático; robado de su inocencia por la traición, el abandono y la crueldad. Su viaje personal nos mostrará las mellas en su espíritu que lo transformarán en agresor.
La segunda parte toma un tinte oscuro y violento que roza el terror, en la tradición de Los Pájaros, con el animal embistiendo al hombre, pero con una adecuada sensibilidad en el tratamiento que nos hará tomar partido por los perros.
El final es delicado y poetico consumando un filme comprometido con su premisa; una vez terminada la producción, el equipo encontró un hogar para cada uno de los 280 perros involucrados. No lo dejen ir.
Briseida Alcalá 