Hermann Hesse explora en El juego de los abalorios, la instrucción como forma de vida y la relación intrínseca entre aprender y enseñar.
Situada en una época histórica indeterminada que por vagas alusiones podemos situar después de la Gran Guerra, el texto se conforma a la manera de una investigación histórica de la biografía del magister ludí Josephus III, título ostentado por Josef Knecht.
Con una forma bellísima el autor nos sumerge en un mundo ficticio con resonancias en todo tiempo reales, Castalia, “la provincia pedagógica” donde se desarrolla la historia, es el hogar de una orden dedicada exclusivamente a la cultivación del espíritu, cuyos miembros llevan una existencia monacal dedicada a las ciencias y las artes, protegidos por una estructura jerárquica, compuesta a través de una rigurosa selección que les convierte en elegidos, pasados a través de un cedazo que desde entonces los separaría del mundo y de los hombres.
El autor expresa a través de la temprana vocación del personaje los temas que permean toda su obra: el llamado del mundo interior, la dualidad, la camaradería, los ritos de iniciación, los conflictos propios de un constante despertar, el recelo ante el abandono del mundo y el rechazo del trayecto señalado. Su estilo se consolida hasta volverse exquisito, con el ritmo de las leyendas orientales combinadas con la pretendida precisión de la investigación histórica, dando forma a una delicada metáfora de la escisión de todo hombre: su condición perenne de incompleto, falto, inacabado, intensificado siempre en el esteta y el sabio. Con inteligencia y sensibilidad, Hesse cuestiona su inserción social, históricamente apartados de una realidad que rechazan por ofensiva, para reconocer y situar en su justo lugar al caos dentro del orden del mundo y para reafirmar cómo es justo entre las sombras dónde resulta imprescindible un iluminado. No lo dejen ir.