
Luca Guadagnino revisita el clásico de Dario Argento con una forma hipnótica desde el delirio en la supremacía.
La acción se traslada al Berlín de la posguerra y añade la subtrama del Dr. Josef Klemperer, el psicoanalista de una de las bailarinas de la compañía de danza Markos, a la que recién se integra Susie Bannion, una inmigrante de Ohio, quien será testigo y partícipe de los extraños acontecimientos que ahí se suscitan.
Un halo de oscura sensualidad rodea el filme desde las primeras secuencias, con el diseño sonoro que incorpora a movimientos de cámara inquietantes la insinuación de una presencia amenazadora, en la forma de una respiración exaltada, que alude al título y a su personaje principal en las formas todas de esta emanación: soplo, jadeo, gemido, lamento, sollozo.
Las secuencias dedicadas a los números de baile están particularmente logradas, realzando con el montaje una sensación de vahído hipnótico que con cortes directos interrumpe abruptamente la realidad, representada en la línea argumental del Dr. Klemperer, lo cual resulta chocante al principio, pero de poco se aclara, primero con su postura analíta ante los hechos como símbolos no disímiles de horrores y delirios recientes, y luego con su tragedia personal, inscrita en los acontecimientos de un siglo tan violento como el XX.
El guión explora las complejas aristas de las relaciones entre mujeres, desde la óptica de la sororidad y el poderío que desde el comienzo ha sido tachado, reducido y perseguido. Aquí la metáfora es real, pero no por eso menos pertinente. Tan o más horroroso que el afán del clan por perpetuarse resulta un mundo que se agota en la vergüenza y la culpa. El elenco, en su mayoría femenino, realizan, guiados por la luz de Tilda Swinton un trabajo maravilloso, y gracias también al increíble talento de esta última, todos los personajes principales recaen en interpretaciones femeninas, pues la actriz se encarga de interpretar a Madame Blanc, al Dr. Josef Klemperer y a Helena Markos.
El diseño de arte es también espléndido, capturando en la estética las huellas de la devastación, ampliando los alcances del discurso con lo sombrío de la fotografía. Las melodías compuestas por Thom Yorke para la película completan la oscura belleza de la misma, además de sostenerse por si mismas en uno de los mejores soundtracks del año. No la dejen ir.