
Nietzsche abandona la mítica caverna para derramar sobre el hombre los frutos de la voluntad y la lucidez en su obra cumbre, Así habló Zaratustra.
Apropiado de un alter ego el filósofo pronuncia una verdad tan nueva como necesaria: “Dios está muerto”. Anacoreta insólito, su Zaratustra es incendiario y reformador. El texto se conforma desde la figura del implacable predicador, que curva hasta agotar el dogma, con la lírica de un poeta apóstata que rehace la escritura con su amalgama de teología y razón.
Su marcha será otro éxodo, como el portavoz de la inaplazable madurez que significa la renuncia a la holgura existencial del altísimo, asumiendo sobre su fiera espalda la carga de una sobrehumanidad que se comprende divina sin dejar de ser material.
Símil a un astro su recorrido será todo albores y ocasos. A la palabra de Dios se opondrá la del hombre. Imperdible.