
Con las batallas en el desierto, José Emilio Pacheco pinta la estampa de un país en la falaz transición del feudalismo al mundo moderno.
Desde el yo me acuerdo que remite a Georges Perec, el autor contrapone su propio recuento del México de antes, con la memoria de sus bondades y sus taras, que se van pero también se quedan.
Sin intenciones propiamente aleccionadoras, logra desde la perspectiva infantil señalar y derribar prejuicios de clase y casta con la lógica de su protagonista, un niño de 8 años, quien con la confusión propia de esa época, evidencia la singularidad que escinde la unidad de todo lo que podría simplemente ser mexicano, para resumirlas en dos categorías fundamentales: ricos y pobres; que en la ética de lo inmoral se desfiguran hasta representar la dicotomía de malo y bueno.
El relato, breve y polisémico penetra también el conflicto original de la media clase, reducto y producto de una revolución que a nadie hace justicia. A lo antiguos los ha despojado de sus bienes para dejarles como único legado el orgullo rancio que sólo encuentra refugio en la intelectualidad de una generación que no puede más reconocerse en la élite pero que, conocedora de su abolengo, no tiene coherente cabida en los desposeídos, razón para negar lo que les es negado de lo que siguen secretamente sintiéndose propietarios. De ese modo se retrata también la tragedia de un país siempre enfrentado. No lo dejen ir.