Once Upon a Time in Hollywood

Con Once Upon a Time in Hollywood, Tarantino encuentra en el cine una vía para prolongar el ensueño, armado con lo mejor de su arsenal.

La presencia de un elenco de clase A en una cinta de clase B es un deleite completo. Brad Pitt está estupendo como un doble de acción y mejor amigo de un DiCaprio como Rick Dalton, estrella del western en picada. El director sabe equilibrarlos uniéndolos para separarlos, dando a cada uno tiempo en pantalla para lucimiento de su forma física y psíquica.

Margot Robbie es el vehículo emocional del filme, símbolo de la inocencia que una nación jamás recuperaría. La voluntad del filme por colocarla en una burbuja que la proteja de las manifestaciones del mal se transmite al espectador, que experimenta la angustia de lo que inevitablemente se avecina.

El estilo inconfundible del director está presente pero atenuado y la cinta, sin contar con capítulos distingue tres actos conformados a la vez por deliciosas mini películas que junto con su polisemia la vuelve muchas películas a la vez, con el conocimiento enciclopédico que se vierte en la emulación de filmes y programas de televisión de otros de los géneros de su expertise, el western.

El guión interpreta la historia pero también la ficción, pues dentro de las libertades argumentales de la narración se inserta a los personajes no sólo dentro de los hechos sino también del imaginario de clásicos The Great Escape. Las referencias son por supuesto innumerables combinadas de un modo que las vuelven algo nuevo, fresco. 

La música es por supuesto intachable con una selección que termina por representar y añadir a la sensación lograda de época, pero también de ensueño, uno en el que podemos proteger todo eso que vale la pena.

El género se comba para adaptarse a la aventura, mientras el filme se toma su tiempo para despegar con un ritmo primero sosegado y finalmente trepidante, con una conclusión exultante que nos confirma que no podemos hacer mejor cosa que volver a imaginar. No la dejen ir.