
Oliver Stone arremete contra el estropeado panteón estadounidense con una sátira desenfrenada centrada en una pareja de asesinos seriales en Natural Born Killers.
Bonnie y Clyde modernos, Mallory y Mickey Knox son un par de desadaptados a quien no el destino sino el hado reúne para una jornada de exterminios como motivo de gloria y libertad.
El guión ofrece desde el título mismo un poderoso motivo de reflexión, centrado en el origen innato o adqurido del comportamiento agresivo, desarrollado con una lógica cuasi irrebatible en los águdos diálogos de la entrevista, replicados con el halo de gloria y sofisticación con el que la percepción mediática cubre la perversidad de sus actos, mientras omite lo aciago de su crianza.
Juliette Lewis exuda el espíritu desgradable y desangelado de los 90 y Woody Harrelson la granujería del agitador. Sus biografías sendas expresiones del estupro y el atropello. El carisma de ambos sustenta el arquetipo del forajido y la expresión de la violencia como eje ideológico de su nación.
La cámara, comba y arqueada logra un retrato frenético y estimulante. Saturado de elementos visuales, filtros, transiciones e inserts. La violencia se expresa en la grotesca decadencia de la imaginería local: moteles baratos, pueblos olvidados, policías corruptos, diners, estaciones de servicio, trenes, coyotes, sitcoms, nativos, Todo de la mano experta de ese obsesionado por la desmitificación de la historia, Oliver Stone. No la dejen ir.