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El tambor de hojalata

Desde su cama de barrotes en un sanatorio, Oscar Matzerath transcribe el dictado de su tambor para narrar los hechos fundamentales y triviales que conforman a los 30 años su biografía.

Situado en el albor de la Gran Guerra, su nacimiento lo dispone como testigo de eventos que moldean la historia y su vida, Hitler, el nazismo, la ocupación, los campos de concentración, la xenofobia, el exterminio y  la liberación. Con menos de un metro de estatura, el pequeño Oscar es un personaje complejo, su perspectiva es la del gigante interior. 

La talla diminuta no merma un ansía de vida que conduce y satisface la percusión. Formado y educado por lecturas y experiencias, Oscar se asocia con personajes disímiles pero fundamentales como Rasputín, Goethe y Jesus, a quienes afirma con la misma soltura que niega. Es romántico y también sensual, extremos que conjuga con una fuerte personalidad y robusta determinación. 

El texto dividido en tres libros, narra el caos de la infancia, el desencanto de la adolescencia y la reconciliación de la madurez. A cada una corresponden variantes en estilo que las distinguen para alcanzar en el tercero y último mayor pureza y por tanto claridad. 

El tambor encarna la esencia personal, incomprensible, absurda, obcecada. Así los objetos también cobran importancia, no sólo como testigos mudos e impasibles de los hechos de los hombres, sino por la relevancia que revisten como catalizadores en los ritos personales y colectivos. 

Los hechos recorren una Europa en decadencia, los años convulsos de la posguerra, con sus bonanzas falaces y las calamidades de la migración y la supresión. La muerte es una presencia fuerte en la obra. Amigos, familiares y amantes, caen como moscas, víctimas de malestares que aunque inverosímiles no dejan de ser menos dolorosos.

El marco histórico reviste una notable importancia, como símil que expresa en el furor del pequeño protagonista, la condición disminuida de una nación con espíritu colosal. La Guerra y todas sus calamidades se aborda con naturalidad por quien nace y crece en ella. Oscar no se decanta por bando alguno, ni por partidos, alianzas o estandartes. Reconoce como hogar original el calor que brindan las 4 faldas de su abuela. El lado materno es siempre firme y robusto, mientras que el paterno representa la escisión, con dos padres supuestos y ninguno en todo modo verdadero,

Sin respetar convención ni literalidad, el autor se deja llevar por el ritmo musical como guía, no respeta ni la primera, ni la tercera persona, deja que se inmiscuyan si así lo requiere el agotamiento o la pertinencia, la perspectiva de Bruno, su enfermero, y hasta la declaración de la denuncia que lo lleva a estar confinado.

Flautista de Hamelin encogido, Óscar entona una melodía oscura y a ratos incomprensible, que conduce un retorno a la infancia no cómo fue sino cómo se le recuerda, que es quizá la única que merece el adjetivo de real.

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