Sauvage

Léo es un joven de veintidós años cuya única posesión es un cuerpo que sufre un submundo sórdido y solitario.

Leo se entrega a otros hombres por el precio pactado con una mezcla de inocencia e indolencia, los encuentros están marcados por la vulnerabilidad extraordinaria en la que habita, sin hogar fijo, y con la seguridad social como un concepto ajeno y desconocido golpeado y vapuleado en todos los posibles sentidos el director retrata a través del empalme de situaciones que reflejan un doble..

El tratamiento se aleja de la justificación, y de la apología para retratar la crudeza y pureza de su existencia. Sus amantes son incontables, y sus amores no correspondidos. La cámara más que seguirlo lo acompaña, con numerosos close up y también planos subjetivos que posan la mirada en la vegetación de un París irreconocible, el de las periferias donde anidan las presas en espera del cazador.

Entre la adicción y el indigenismo se retrata un ambiente de agresión y competencia, pero también de camaradería en la que el cuerpo es la moneda de cambio. Una vida ubicada en la periferia, pero bien metida en ella con la candidez del desposeído que se apropia de si mismo. Una vida que nos parece terrible porque lo es, pero también es genuina, propia, auténtica. No la dejen ir.