Charles Chaplin cubre la orfandad con candor, comicidad, ternura y picardía en una de sus obras maestras, The Kid.
La primera secuencia muestra a una joven mujer agobiada por el peso de una maternidad no deseada, abandonando a su hijo en un lujoso vehículo, implorando en una nota a los dueños cuidar del recién nacido; sus intenciones tropezarán con las de unos ladrones apoderándose del auto con el bebé abordo, terminando la criatura en manos de un imprudente pero entrañable vagabundo.
A Chaplin sólo le toma una expresión sucinta para establecer el conflicto existencial de un ser desamparado recién llegado al mundo: “The woman whose sin was motherhood”, planteando además el tono distinguido y apologético con que se referirá siempre a la figura materna, llegando a asociar su martirio con la imagen de un Cristo ascendiendo el monte Calvario.
Las delicadezas del guión no se oponen al inusitado enredo que los convierte en padre e hijo, llevándolos a sobrevivir en medio de la miseria armados de astucia y gracia, sin desaprovechar un sólo instante su capacidad extraordinaria para la comedia física. A esto habrá que sumar además la presencia de Jackie Coogan inolvidable como el Kid del título, colmando con su carisma cada encuadre.
La musicalización es excelente y el ritmo preciso, culminando en una espléndida secuencia onírica, que además de resultar como el resto del filme vistosa y tremendamente divertida sugiere la aparición del pecado como la mancha en la ventura de los hombres.
El halo de romanticismo que cubre el filme no evita la tragedia, la reinterpreta para como toda obra maestra equiparar los motivos que tendríamos para sufrir con los de disfrutar. Imperdible.
Briseida Alcalá 