La mano de Kubrick como la de Dios enlaza los hilos invisibles comunes a la historia y la metafísica en 2001: A Space Odyssey, enigmática y contemplativa épica espacial y temporal, donde propone un acertijo como respuesta al origen y al ocaso del hombre.
De la Luna a la Tierra y de la bestia al hombre, la lentitud de las primeras secuencias proporcionan un goce estético con largos planos generales que exhiben la naturaleza atemporal de la eternidad. Imágenes fijas saturadas en colores primarios de un páramo desolado ilustran la supervivencia como la lucha por los recursos bajo condiciones sino pacíficas por lo menos cordiales.
El salto evolutivo será provocado por la súbita aparición e influencia de un monolito, despertar primitivo y colectivo de la conciencia representado en el tránsito del herbívoro al carnívoro, transformando en hombre a la bestia.
El extraordinario prólogo da paso a un ballet cósmico de sondas y aeronaves, musicalizado por el Danubio Azul de Johann Strauss para inaugurar el segundo capítulo, que ilustra la investigación de la roca magnética que representa “la primera prueba de vida inteligente fuera de la tierra”, enterrada por 4 millones de años, dirigiendo desde entonces emisiones de radio hacia Júpiter.
18 meses más tarde, una misión a dicho planeta llevará a seis tripulantes a buscar determinar el origen y propósito de dichas emisiones. Cinco de ellos humanos y el sexto un super computador de la serie HAL-9000, quizá el personaje más interesante y complejo de la película,a quien Kubrick expresa con un lenguaje muy particular que destaca en una dramática secuencia construida utilizando solamente gráficos y tipografías.
El diseño de arte es espléndido igual que los efectos visuales que logran prever y predecir la futura tecnocracia, logrando así sortear el paso del tiempo.
La atención obsesiva al detalle quedará demostrada también en la predominancia del silencio que sólo interrumpe una acompasada respiración y que no dejará de lado la conjunción de una banda sonora soberbia como complemento perfecto del sobrecoger desfile visual, encabezada por Así habló Zaratustra de Richard Strauss.
Silencio, calma, quietud, la tensión se construye sin necesidad de aspavientos. El capítulo final mostrará no el origen ni el propósito de las emisiones, pero sí el agujero negro que constituyen, acertijo casi indescifrable que marca la importancia de las preguntas sobre las respuestas, concluyendo en una tormenta sensorial y vahído de sensaciones que ilustra cómo todo final es también comienzo.