En la tradición de escritores como Lewis Carroll, Boris Vian crea un singular relato poblado de extrañezas y sinsentidos, que ocultan veladas certezas. Con un parto, como la vida misma, inicia el relato del arrancacorazones. El psiquiatra Jocquemort sube el acantilado que lo llevará al hogar de Angel y Clementine, quien está a punto de dar a luz. De tal evento nacerán tres niños, cuya llegada transformará para siempre la existencia de todos.
La imaginación desborda en el mundo que construye el autor y en el que con un dejo innegable de amargura transcurre la historia de Noël, Joel y Citroën, narrada a través de los ojos de Jocquemort, quien recorre el pueblo para encontrarse con extraños e inusuales personajes que tras sus raros hábitos manifiestan actitudes ordinarias y mundanas: el cura, la niñera, el esposo, los aprendices; pero sobre todo la Gloiria, un viejo barquero encargado de asumir la vergüenza del pueblo entero a cambio de recibir oro que no le sirve para nada.
La narrativa prescinde de ornamentos para concentrarse en la psicología de los personajes no a través de sus pensamientos, como uno esperaría, sino de sus acciones. Jacquemort ha nacido adulto y al carecer de infancia, también carece de apegos, sufrimientos, pasiones y preocupaciones. Así, con ojos nuevos, retrata las extrañas maneras del mundo. Clementine es su opuesto, consumida por su recién descubierta maternidad, pasará de la indiferencia a la obsesión, olvidándose no sólo de su papel de esposa y mujer sino hasta de individuo, terminando esclava de un amor que convierte el nido en jaula.
Con un final muy interesante que ilumina sobre las pobres perspectivas de la infancia y que contradice la versión idealizada y edulcorada de ser niño, el libro merece ser leído por esta original aproximación al mundo infantil, poniendo el dedo en la llaga de todos los dolores que implica crecer.
Dato curioso, el libro es uno de los relatos que inspiraron a Charlie Kauffman para el maravilloso guión de Eternal Sunshine of the Spotless Mind. No la dejen ir.