Con la double vie de Véronique, Kieślowski rompe el espejo para materializar el doppelgänger en dos mujeres nacidas el mismo día y a la misma hora, pero en diferente lugar, confirmando así nuestras sospechas, somos dos, siempre dos.
Autor también del guión, el director explora además el papel del amor y la intuición en esta clase de vínculo. Los personajes principales son sentimentales, soñadores, almas curiosas, en busca de respuestas y conexiones. Irène Jacob, brinda una sutil interpretación cargada de ingenuidad de las dos Verónicas, quienes transitarán el mundo ajenas una de la otra, con experiencias similares, pero sin el reconocimiento consciente de la que sería el bálsamo esencial de su dolor.
Una sensación etérea rodea el aspecto visual del filme, saturado en colores primarios en su retrato de la intimidad, contraria a los colores grises de la realidad, de una Polonia, que se percibe desolada, destruida, acabada. Aunque sutil, el comentario político y el contexto social se encuentran presente, sobre todo en el momento del encuentro de las protagonistas.
La música a cargo de Zbigniew Preisner es sublime y tiene una gran importancia en el filme, especialmente utilizada de manera diegética.
No estamos solos, pero nos sentimos. Los afectos nos confortan, pero la herida primigenia persiste, punzante, latiente, sangrante, por esa inalcanzable otredad que también somos. No la dejen ir.