Bajo la lógica de pueblo chico infierno grande, Luisa Josefina Hernández explora las apariencias como la única suficiencia para impedir y evitar la evolución social en La plaza de Puerto Santo.
El pueblo donde se desarrollan los acontecimientos es un capullo que protege del mundo y lo sustituye constituyéndolo como una acumulación de imposturas bajo el nombre de tradición, con los principales aquejados de un tedio que origina todos sus males. Las desgracias aquí son todas vanas y vacuas como sus personajes que actúan por inercia, orgullo o aburrimiento, incapaces de vislumbrar otras maneras de ser y estar.
Secretos y malos entendidos se combinan de una manera funesta en un conflicto que la autora confecciona para lograr una novela ligera, entretenida y sustancial, con el escándalo como cisma que agrieta la pirámide para derrumbarla y sobre ella encumbrar solo la horizontalidad. No la dejen ir.