Con su última novela Virginia Woolf construye una tertulia improvisada que se ramifica en la interioridad de los personajes sobre la historia de su país, del drama como género y de ellos mismos.
La trama no tiene otra importancia afirma la autora, que engendrar emoción, como el punto de partida a la interioridad de los personajes, pero también de lo que los rodea, capturado en estampas preciosas con los espacios testigos del tiempo en la forma de Pointz Hall, una mansión que rezuma historia y tradición. La casa es el receptáculo que contiene las palabras, que expresan a los personajes, a la nación, al tiempo, a la esencia misma de la vida.
La delicadeza del lenguaje es sublime y envuelve al lector no con lo que los personajes hacen, ni siquiera con lo que dicen sino con lo que sienten y de esa manera piensan, expresando el ritmo y la armonía de la existencia.
El intermedio al que alude el título es lo que se encuentra entre la aparente inactividad que colma la vida y que la autora realza con la representación teatral a la que acuden sus personajes, con las que añade un comentario más. En la quietud de sus existencias la autora inserta también la crítica social a la reacción de Inglaterra, con su característica flema, inmutable ante otra cosa que su propia tradición rancia, extasiados en la contemplación de su glorioso pasado, ajenos ante el inminente desencanto de la Gran Guerra.
Con la historia de Inglaterra Woolf abarca la del mundo, la palabra es la semilla, el origen razón y el sentido de la historia. Se trata también del manuscrito publicado como libro póstumo de la autora que con razón se presume que inventó sola el modernismo. No lo dejen ir.
Briseida Alcalá 