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La montaña mágica

Thomas Mann realiza desde la conciencia de la corporalidad que brinda la enfermedad, una disertación sobre la ductilidad del tiempo en La montaña mágica.

El relato, largo y sosegado, sigue la vida de Hans Castorp un joven ingeniero naval, quien para recuperarse de una infección respiratoria, visita a su primo en un sanatorio especializado en tuberculosos, que trata a su pacientes con una mezcla de reposo y altitud. La visita, programada para tres semanas, habrá de extenderse para permitirle conocer y adquirir las maneras que ahí imperan.

El lector se sume, igual que el protagonista, en las sensaciones que provoca el confinamiento, un estatismo que también responde a la monotonía,  y que el autor captura en un ritmo que emula la quietud del aislamiento, en el que es todavía posible reflexionar el humanismo hasta alcanzar lo humano. 

El tiempo deja de ser continuo para revelarse como es, inamovible, y permitir al joven Hans explorarlo entre encuentros y largos diálogos, que abordan todas las dicotomías que escinden al pensamiento entre la batalla de oriente contra la de occidente, con Europa como la civilización de la impaciencia, el furor, la diligencia.

Desde esa perspectiva, la obra se mantiene actual, con el apuro que nos agobia para el usufructo del tiempo que lo devalora, al privarnos de la capacidad de apreciarlo en su verdadera singularidad, la eternidad. No lo dejen ir.  

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