Natalia Ginzburg explora el idioma de la crianza en Léxico familiar.
Redactado a la manera de la historia de su familia, el punto de partida es el lenguaje que forma e instruye, en las locuciones particulares del padre y de la madre. Vocabulario de los iniciados que identifica como santo y seña. La historia de su familia es también la de la pequeña burguesía y la de un mundo que transita entre y hacia otro.
Los tics particulares construyen viñetas exquisitas que están plagadas de humor pero más aún de viveza. La polisemia del lenguaje se prueba con la reiteración de voces y adjetivos en anécdotas que se gastan, pero no se agotan. Se trata de un mecanismo que dispara la cascada de recuerdos que la autora recorre e invoca para transmitir, dotada de veracidad y alejada de la invención de la novela, con el don que tiene para el lenguaje. De este modo recupera su voz y así también los revive, en evocaciones que el tiempo no pierde sino reanima, en una estampa reconocible que logra en su viveza que el lector se reconozca también a si mismo.
Las cosas son también su nombre, la manera en que nos referimos a ella y que cobran nuevos y particulares significados en cada clan. Todo en una manera de entender al mundo y de ese moodo también conformarlo. No lo dejen ir.