¿Tienes un condimento favorito? Yo no puedo pensar en otro que no sea la sal, sin importar la mala fama que se ha ganado por los adeptos a la salud física. Me atengo a la experiencia de vida de mi abuela materna, quien acompañó siempre sus comidas de un pequeño platito que hacía las veces de su salero personal.
Mi entusiasmo fue pues, cuasi infinito ante la posibilidad de visitar el mar de Celestún, en la península de Yucatán, para descubrir que las grandes presencias de caroteno, un pigmento natural, tiñen de rosa sus aguas, sus aves y ¡también su sal!
Los ojos no dan crédito a lo extraordinario de un paisaje que no requiere filtros para sentirse surreal. Y a cuya belleza no hacen más que aumentar las bandas de flamencos que la habitan.
Llegar ahí es muy fácil y nuestro guía, además de obsequiarnos con una bomba (las tradicionales bromas yucatecas) nos permitió internarnos en el agua que sorprende por sus altas temperaturas y que recompensa con una sensación que no volverás a experimentar.
Sin perder su dimensión onírica toda la experiencia es genuina, a las orillas de la salina se encuentran apilados los montones del material recolectado, con un color que varía del rosa pálido al intenso.
Los encargados son generosos y ofrecen la posibilidad de llevarte lo que puedas recoger en las botellas que en estos días cualquiera siempre lleva, a cambio piden sólo una propina. Yo logré llenar dos para traerlas a mi regreso, disfrutando un color precioso y un sabor delicado. Otra de las experiencias de vida que ofrece la gastronomía. No la dejen ir.
Briseida Alcalá 