Jaco Van Dormael reinterpreta el dogma católico para ajustarlo al momento histórico actual en la forma de una cinta visualmente atractiva, salpicada de irreverencia y ocasiones para la reflexión.
Dios existe, vive en Bruselas y es un pelmazo nefasto con una hija rebelde, quien decide romper el yugo y abandonar el anónimato para enmendar la situación buscando además molestarlo al revelar a cada persona el tiempo exacto que le resta de vida.
Intencional o no el guión algo debe a las Intermitencias de la muerte de José Saramago, con la que comparte el planteamiento de las consecuencias de la divulgación de las fechas de la muerte, aunque las semejanzas terminen ahí, pues mientras el libro de Saramago lidiaba con las consecuencias globales de tal fenómeno, el filme de Van Dormael se centra en reacciones personales como las que inundan las redes sociales con intentos por constatar y estrujar la momentánea inmortalidad.
Benoît Poelvoorde está estupendo como la deidad irascible y cargada de animadversión. Sentado horas en el ordenador, teniendo por toda diversión el discurrir nuevas y más retorcidas leyes que afecten nuestra existencia y sean causante de nuestra desgracia.
Pili Groyne es toda una revelación como Ea, la otra integrante de una trinidad que es ahora cuarteto, curiosa e insubordinada, con una capacidad muy peculiar de leer la música interna distintiva de cada individuo, confidencia reveladora sobre las formas particulares de la felicidad.
Génesis, Éxodo y cinco nuevos evangelios conformarán este Nuevo, Nuevo Testamento, concluyendo en un grato final que pondrá a más de uno a reflexionar. No la dejen ir.